Cagada de mosca

Uno de mis gustos literarios consiste en leer aforismos porque considero que la brevedad y la capacidad sintética de decir mucho en tan pocas palabras es un reto, incluso aún en estas fechas en que gracias al Twitter todos presumen sus dotes literarias en 140 caracteres. Uno de mis escritores favoritos y que considero que emplea el aforismo es Ambrose Bierce en su grandilocuente y mordaz crítica El diccionario del diablo. Hace días, en busca de inspiración laboral, volví a releer la citada obra y me encontré con esta entrada:

Cagada de mosca, s. Prototipo de la puntuación. Observa Garvinus que los sistemas de puntuación usados por los distintos pueblos que cultivan una literatura, dependían originalmente de los hábitos sociales y la alimentación general de las moscas que infestaban los diversos países. Estos animalitos, que siempre se han caracterizado por su amistosa familiaridad con los autores, embellecen con mayor o menor generosidad, según los hábitos corporales, los manuscritos que crecen bajo la pluma, haciendo surgir el sentido de la obra por una especie de interpretación superior a, e independiente de, los poderes del escritor. Los "viejos maestros" de la literatura, --es decir los escritores primitivos cuya obra es tan estimada por los escribas y críticos que usan luego el mismo idioma-- jamás puntuaban, sino que escribían a vuelapluma sin esa interrupción del pensamiento que produce la puntuación. (Lo mismo observamos en los niños de hoy, lo que constituye una notable y hermosa aplicación de la ley según la cual la infancia de los individuos reproduce los métodos y estadios de desarrollo que caracterizan a la infancia de las razas.). Los modernos investigadores, con sus instrumentos ópticos y ensayos químicos, han descubierto que toda la puntuación de esos antiguos escritos, ha sido insertada por la ingeniosa y servicial colaboradora de los escritores, la mosca doméstica o "Musca maledicta". Al transcribir esos viejos manuscritos, ya sea para apropiarse de las obras o para preservar lo que naturalmente consideraban como revelaciones divinas, los literatos posteriores copian reverente y minuciosamente todas las marcas que encuentran en los papiros y pergaminos, y de ese modo la lucidez del pensamiento y el valor general de la obra se ven milagrosamente realzados. Los autores contemporáneos de los copistas, por supuesto, aprovechan esas marcas para su propia creación, y con la ayuda que les prestan las moscas de su propia casa, a menudo rivalizan y hasta sobrepasan las viejas composiciones, por lo menos en lo que atañe a la puntuación, que no es una gloria desdeñable. Para comprender plenamente los importantes servicios que la mosca presta a la literatura, basta dejar una página de cualquier novelista popular junto a un platillo con crema y melaza, en una habitación soleada, y observar cómo el ingenio se hace más brillante y el estilo más refinado, en proporción directa al tiempo de exposición. 

La primera vez que leí el texto no me llamó tanto la atención, en primera porque era un joven estudiante de los primeros semestres de la carrera en Filosofía, y en segunda, porque no estaba tan relacionado con el mundo de la edición.

Nota mental: Tengo una anécdota bastante simplona de El diccionario... y una clase que tomé con Federico Reyes-Heróles. Estábamos en su seminario sobre Elías Canetti y Norbert Elias cuando Federico Reyes-Heróles preguntó al grupo si alguien había leído la obra en mención. Yo, temeroso porque no me caracterizaba por participar, levanté la mano y dije un casi inaudible yo. De pronto, Federico me pregunta muy a la ligera "¿Cómo está escrito El diccionario...?" y como el ruido de la pregunta me ensordeció (me refiero al ruido semántico) contesté que a manera de diccionario. Federico se me quedó viendo, y dijo "no me refiero a eso, me refiero a que está escrito en aforismos", entonces asentí con la cabeza. Si me hubiera preguntado por el estilo de la obra, entonces le hubiera contestado con precisión. Ni hablar, a partir de ese momento quedé en su clase como un loco más. 

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