De dónde le viene el valor de verdad al libro

En la conferencia magistral, con motivo de los 75 años del Fondo de Cultura Económica, de Robert Darnton titulada Las bibliotecas y el futuro digital, después de leer las siguientes citas, me surgió una gran duda. ¿De dónde le viene a las personas decir que ciertos libros son verdaderos/correctos/buenos y otros no lo son? ¿Bajo qué parámetros se basan para tener esta axiología del libro?

En el tratado utópico L' An 2240 de Louis-Sébastien Mercier, Mercier se queda dormido y despierta en el París que existirá siete siglos después de su nacimiento (1740), y encuentra una sociedad purgada de todos los males del Ancien Régime. En el capítulo climático del primer volumen, visita la Biblioteca Nacional, seguro de que encontrará miles de volúmenes espléndidamente formados al igual que en la Bibliothéque du Roi bajo el mandato de Luis XV. Sin embargo, para su gran asombro, sólo encuentra un cuarto modesto con cuatro pequeños libreros. ¿Qué le ocurrió a la enorme cantidad de material impreso acumulado desde el siglo XVIII, si en ese entonces ya estaba abarrotando las bibliotecas?, se pregunta. Los quemamos, responde el bibliotecario; 50 mil diccionarios, 100 mil obras de poesía, 800 mil volúmenes de leyes, 1 millón 600 mil libros de viajes y mil millones de novelas. Una comisión de virtuosos eruditos leyó todos los volúmenes, eliminó las falsedades y lo redujo todo a su esencia: unas cuantas verdades básicas y preceptos morales que cupieron fácilmente en los cuatro libreros.
La otra cita, y que tiene mayor fuerza, es el extracto de una carta de Niccolò Perotti, erudito clasicista italiano, a Francesco Guarnerio, escrita en 1471 (casi veinte años después de la invención de Gutenberg):

     Mi querido Francesco, últimamente he alabado la época en que vivimos, por el gran don, en verdad un don divino, de un nuevo tipo de escritura llegada a nosotros recientemente desde Alemania. De hecho, vi a un solo hombre imprimir en un mes todo lo que podrían escribir a mano varios hombres en un año... Fue por esta razón que tuve esperanzas de que dentro de poco tiempo tendríamos una cantidad de libros tan grande que no habría una sola obra que no pudiera ser conseguida, ya fuera por escasez o falta de recursos... Pero –¡ay, pensamientos falsos demasiado humanos!– veo que las cosas resultaron muy diferentes de lo que había esperado. Porque ahora que cualquiera es libre de imprimir lo que guste, usualmente no se toma en cuenta aquello que es lo mejor y en cambio se escriben, como entretenimiento simplemente, cosas que sería mejor olvidar o, peor aún, borrar de todos los libros. Y aun cuando se escriban cosas que valgan la pena, se las tuerce y corrompe hasta el punto en que sería mucho mejor deshacerse de tales libros, en vez de tener mil ejemplares esparciendo falsedades por todo el mundo.
Hay dos tipos de censura: la personal y la política. La primera se da cuando al ir a una librería decidimos no comprar un libro, porque no nos llama la atención o porque en ese momento no es lo que estamos buscando; es posible que también lo censuremos al enfrentarnos a las primeras páginas y lo desechemos inmediatamente. Esta censura, este nivel axiológico personal, donde decimos que determinado libro es bueno o malo, parece inofensiva. Digo que parece porque mucho de su amplitud dependerá del tipo de autoridad que se es, por ejemplo, un maestro. Un profesor que dice que un libro es malo está creando un prejuicio en sus alumnos y de cierta manera hará que no lean el texto mencionado. Lo contrario sucede cuando se alaba un texto.
      La segunda manera de censurar un libro es mediante los argumentos del estado o cuando un grupo de poder afirma que determinado libro es malo, fomenta ideas erróneas e incita al libertinaje, por ejemplo. De esto a la quema de libros la historia nos ha demostrado que sólo falta el fuego. Podría seguir hablando sobre esto pero no quiero agotar el tema para una entrada especial por eso me enfocaré en lo siguiente:
      De entrada, el valor de verdad que puede tener un libro es subjetivo y le corresponde inmediatamente al lector. Es mediante la lectura que tiene un lector como él infiere si le es útil, si le aporta algo (aunque sea placer) o todo lo contrario. De esa utilidad que el lector encuentra en el libro es como afirma si es bueno o no. A esto le sigue la recomendación o la condena: "No leas ese libro porque es malo", "Ese libro va contra lo que nuestra religión profesa" y así se puede seguir con los ejemplos.
      Los libros no son ni buenos ni malos porque en ellos sólo hay ideas. Se puede estar de acuerdo o no con las ideas y se pueden apoyar y fundamentar las ideas o se pueden contra argumentar o replicar una idea; pero no censurar. Quiero terminar mi comentario diciendo que hasta de los peores libros podemos obtener conocimientos.

Comentarios

Sr No quiero ha dicho que…
cito: "hasta de los peores libros podemos obtener conocimientos".. y sí.. q el papel es inflamable.

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