Lo que el ojo del lector común no ve

El título de esta entrada no tiene la mínima intención de ser agresivo con los lectores, al contrario, busca resaltar una debilidad en el lector común y que puede beneficiar a una publicación. El ojo del corrector, sobre todo del que está familiarizado con la tipografía, ha pasado por una especie de entrenamiento adquirido más por el paso de los años que por una educación teórica. El claro ejemplo de lo que digo es encontrar en las pruebas esos ligeros cambios en el tamaño de la tipografía, o en esos fantasmas extraños que suelen aparecer en las cornisas.


En la imagen que está arriba hay una oración que está encerrada con lápiz, desafortunadamente no se nota la pequeña diferencia del tamaño de la tipografía, pero en el libro, a ojo de buen cubero, sí es perceptible. Desafortunadamente yo aún no tengo un cuenta hilos, eso me hubiera facilitado mucho la existencia y hubiera comprobado rápidamente el tamaño de la tipografía, así que ya saben, si me quieren hacer feliz, me pueden regalar un cuenta hilos.
      ¿Cómo comprobé que la tipografía era más pequeña? Muy fácil, tomé mi lapicero, saqué lentamente la puntilla y con eso medí el tamaño de la "l" encerrada, con la "l" que está líneas abajo. El resultado fue evidente, al medir la "l" de abajo corroboré lo que mi ojo sospechaba, los tamaños eran distintos. Desafortunadamente, esta edición se quedará con ese pequeño error, pero como decía, no pasa nada, la gran mayoría de los lectores no se darán cuenta de ese pequeño detalle.

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