Una lectura placentera
El año pasado mi amiga Norma me regaló un libro que es una verdadera joya, y eso que tiene unos días que empecé con su lectura, el Larousse del Ajedrez. Hace ya muchos años que me inicié en este deporte fiero, donde la pasión, la reflexión y la lectura siempre van de la mano. Mi padre me enseñó a jugar ajedrez cuando yo estaba en la primaria, sin embargo la constancia del juego no era el hábito en aquellos años. Fue hasta finales de la preparatoria cuando el gustó por el ajedrez se tornó en un modo de vida.
Ya en la universidad, dentro de las instalaciones de la Facultad de Filosofía y Letras y en un café que estaba en la calle de Jalapa, casi esquina con Álvaro Obregón, en la colonia Roma, llamado Hexen-Café, el ajedrez se tornó en una especie de obsesión, con sus rituales y sus charlas. Recuerdo que había veces que en la Facultad me la pasaba horas jugando con mis compañeros de clase y con un viejo amigo de la preparatoria y estudiante de medicina, Miguel Otero. Por las tardes, en particular los viernes y los sábados, estaba en el Hexen jugando con mi amigo Francisco de León, Alejandro Arzumanian, Cuauhtémoc Kamffer, y otros más que no menciono porque la lista sería muy larga.
Siempre me he resistido a profundizar en la teoría del juego y analizar las jugadas, tengo la firme convicción de que el ajedrez debería ser un deporte de razonamiento, de profundo análisis, y no una actividad en la que los competidores estudian defensas, aperturas, desarrollos, variantes y subvariantes, lo que convierte un juego de memoria y no una verdadera competencia. Por eso evitaba revisar los libros sobre que hablan sobre el tema. Una que otra vez llegué a comprar una revista que se llama Ocho X Ocho. En otra ocasión un viejo compañero de la carrera me prestó un libro que se llama Ajezar, el que por cierto profundicé en lectura ya que el objetivo del escrito es devolverle al ajedrez su creatividad. En fin, estoy iniciando la lectura del libro arriba señalado y que, por lo comentado en otros blog, promete ser una agradable e interesante lectura.
Ya en la universidad, dentro de las instalaciones de la Facultad de Filosofía y Letras y en un café que estaba en la calle de Jalapa, casi esquina con Álvaro Obregón, en la colonia Roma, llamado Hexen-Café, el ajedrez se tornó en una especie de obsesión, con sus rituales y sus charlas. Recuerdo que había veces que en la Facultad me la pasaba horas jugando con mis compañeros de clase y con un viejo amigo de la preparatoria y estudiante de medicina, Miguel Otero. Por las tardes, en particular los viernes y los sábados, estaba en el Hexen jugando con mi amigo Francisco de León, Alejandro Arzumanian, Cuauhtémoc Kamffer, y otros más que no menciono porque la lista sería muy larga.
Siempre me he resistido a profundizar en la teoría del juego y analizar las jugadas, tengo la firme convicción de que el ajedrez debería ser un deporte de razonamiento, de profundo análisis, y no una actividad en la que los competidores estudian defensas, aperturas, desarrollos, variantes y subvariantes, lo que convierte un juego de memoria y no una verdadera competencia. Por eso evitaba revisar los libros sobre que hablan sobre el tema. Una que otra vez llegué a comprar una revista que se llama Ocho X Ocho. En otra ocasión un viejo compañero de la carrera me prestó un libro que se llama Ajezar, el que por cierto profundicé en lectura ya que el objetivo del escrito es devolverle al ajedrez su creatividad. En fin, estoy iniciando la lectura del libro arriba señalado y que, por lo comentado en otros blog, promete ser una agradable e interesante lectura.
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