Ocultado un sentir

Escribir es una de las actividades más complicadas. ¿Por qué? Porque cuando escribimos reflejamos nuestro estado de ánimo: alegría, tristeza, preocupación, enojo... Y la complicación radica en escribir pensando en el lector. No es lo mismo escribir para uno, en su diario, donde se puede reflejar totalmente el estado de ánimo y donde poco importa el estilo, a escribir para un diario, una revista, una agencia de publicidad, incluso un trabajo escolar. Un escrito es igual que un diamante, su valor y belleza se adquiere por el modelado, por el brillo que tiene (técne, dirían los griegos), y no le viene de su estado en bruto. Y aunque siempre se halaga cómo mediante un escrito un autor pudo hablar de determinado sentimiento, de seguro ese sentimiento nunca es el mismo, el que sintió el autor.
       Dice mi admirado Vicente Quirarte que hay que escribir con todo el cuerpo. Aunque la frase me atrae, me deslumbra, pienso diferente. No puedo escribir como siento porque lo que siento me rebasa y pasa al terreno de lo inefable. No puedo escribir con la intensidad que habita en la música, o en el beso, o en el llanto, o en el sentimiento de sentirte en la nada, pero puedo narrar lo que siento sin que por ello llegue a expresar en totalidad la intensidad. Una frase que me gusta mucho dice: Hay gran distancia de la boca al vaso. Es esa distancia la que hace que el oficio de escribir sea tan complicada. Sin embargo, se escribe.

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