Jaime Labastida y sus reflexiones sobre el libro
Hace ya algunos años y mientras iba caminando con un grupo de amigos sobre la av. de Álvaro Obregón, en la Colonia Roma, recuerdo que una amiga que en ese momento estaba muy influenciada por el psicoanálisis intentó leer cada detalle de mi vida, cada cosa que decía, cada modo en que me movía, como si fuera parte de un libro. Recuerdo que ese día le comenté que justo ese era mi problema con la psicología, en especial con el psicoanálisis, porque tratan de leer a las personas como si fuesen libros. A la pregunta del por qué de mi creencia le respondí que había que diferenciar entre la lectura que hay en un libro, el cual por sí solo no responde, y el diálogo que hay entre personas. Además agregué que justo el psicoanálisis no tenía la culpa, menos los que quieren leer a las personas, sino la idea heredada por el Renacimiento, incluso la Edad Media, de que podemos leer al mundo, a Dios y las personas como se lee la Biblia.
Labastida, después de realizar la inquietante pregunta del qué es un libro, llega a la conclusión de que un libro es el soporte de la escritura. ¿Qué implica esto? Por desgracia Labastida no profundiza más en el tema y se enfoca en otras cuestiones también preocupantes. Sin embargo, en un párrafo demuestra una de mis preocupaciones:
¿Qué implica relacionarnos con las personas como si fueran libros? ¿Qué implica leer un libro?
El texto se puede consultar en Revista de la Universidad de México.
Labastida, después de realizar la inquietante pregunta del qué es un libro, llega a la conclusión de que un libro es el soporte de la escritura. ¿Qué implica esto? Por desgracia Labastida no profundiza más en el tema y se enfoca en otras cuestiones también preocupantes. Sin embargo, en un párrafo demuestra una de mis preocupaciones:
¿Todo es, entonces, libro? ¿Todo, escritura? Es cierto: algunos lingüistas nos han hecho leer en los más diversos contextos. Según ellos, no sólo se lee un texto, el tejido de palabras articuladas por la escritura; también quieren hacernos creer que un médico lee el rastro de una enfermedad en los tejidos de su paciente; que un arqueólogo lee, en los varios estratos de un viejo monumento, las sucesivas etapas de su construcción; que un deportista lee el trazo que debe seguir la pelota en el campo de juego. ¿Es así? ¿Se trata de lecturas en sentido estricto? ¿Quién escribe y con qué signos lo hace? ¿Hay escritura en la naturaleza? ¿Toda ella es un verdadero libro? O, por el contrario, ¿se trata sólo de analogías, de meras comparaciones, de metáforas? El dios genesíaco habla: su voz nombra cada cosa, pone una etiqueta al objeto que su palabra designa y crea; también califica: la luz, por ejemplo, es buena. Entonces, si el mundo entero es producto del habla; si todo objeto lleva escrito su nombre, ¿todo se podrá leer? ¿Qué se lee? ¿De qué manera se lee? ¿En voz alta o en voz baja? ¿Se alaba y se canta la gloria de Dios y su creación? ¿En qué lengua está escrito el universo? ¿Cuáles son sus signos o caracteres? Ciertos investigadores han indagado por la lengua primitiva del Génesis y se han preguntado en qué lengua hablaban Dios, Eva y Adán en el paraíso. En este tema, metafísica aparte, se trata de saber si el universo mismo es un libro y, si lo es, en qué lengua está escrito.
¿Qué implica relacionarnos con las personas como si fueran libros? ¿Qué implica leer un libro?
El texto se puede consultar en Revista de la Universidad de México.
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