Escribir es un privilegio, un acto mágico

"Una lectura permanente" es un texto que aparece publicado en la Revista de la Universidad de México donde Fernando Serrano Migallón hace un homenaje a José Emilio Pachecho. Más allá del homenaje me llamó mucho la atención el primer párrafo de su texto, que dice:

Escribir es un privilegio, no sólo el acto creativo que luego se publica y multiplica el diálogo, originalmente diseñado para funcionar entre pares, sino el hecho de convertir el pensamiento y la voz en signos gráficos aptos para guardar la memoria. Hay algo mágico en la escritura, por eso las culturas la han idolatrado y temido; al que escribe se le mira diferente, como si conociera un arcano distinto, como si supiera otras artes que vencen el tiempo, como si tuviera en la punta de su pluma la capacidad para hacernos felices o hacernos pasar por el aro del sufrimiento. Por eso en su momento el poeta francés Stéphane Mallarmé dijo que el poeta era el custodio de las palabras de la tribu; por eso a países como México, que siempre han admirado a sus escritores y que hoy los necesita más que nunca, la muerte de esos guardianes los conmueve profundamente.

El escritor tiene el privilegio de guardar la memoria, y como diría Heidegger de Hölderlin: es el custodio del ser. De ahí el proceso mágico de la escritura. Su escritura (que Fernando Serrano no dice nada del acto de nombrar) le hace vencer el tiempo.

 Más adelante, Fernando Serrano agrega:


Cuando un escritor de la talla de Pacheco se pone a traducir nos dice claramente que la literatura es de todos y que, por lo tanto y como quería Lautréamont, la escribimos entre todos. Él, Pacheco, solo sirve de escriba. Es conocida una anécdota que no le gustaba recordar pero que es claro ejemplo de su generosidad como hombre de letras: preocupado por el plazo de entrega que tenía su maestro Juan José Arreola con un editor, tomó al dictado algunos relatos, lo que ahora conocemos como el Bestiario, del escritor de Zapotlán el Grande.

Aquí el escritor no sólo es quien guarda la memoria y rompe con el tiempo. El escritor (que también puede ser un traductor de oficio) es también el traductor de un mensaje, de un mundo de ideas: la literatura la "escribimos entre todos", decía Lautréamont. De esta manera el escritor también se pierde en la universalidad. La autoridad de su pluma es tragada por la escritura que todos hacen, y más aún, la lectura que hacemos todos, como también dirá Derrida.


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