El origen de la minúscula

Todo en el mundo del libro tiene una razón de ser, cada una de sus partes no es producto de la mera casualidad, sino de un proceso de siglos en los que se busca facilitar la lectura. Dentro de este proceso está el uso de la minúscula. Lo que para nosotros es algo normal, de uso cotidiano, milenios atrás era algo que no existía. Sus orígenes se remontan al Imperio Romano y es desde ahí donde se abordará este pequeño, desgraciadamente no exhaustivo, escrito.
    El alfabeto latino utilizado en la escritura monumental lapidaria era realizado en mayúsculas o la llamada capital, sin ningún matiz de trazos gruesos o empattements, es decir, de empastes, que es la base de la letra por arriba y por abajo. Dentro de la elaboración de la tipografía el empaste (con lo que se adquiere presencia y forma) permite identificar algunas de las grandes familias de caracteres, por ejemplo, las familias antiguas carecen de empastes, el Elzévir tiene empastes triangulares, en el Didot los empastes son filiformes y derechos.
    Los orígenes de la letra capital se ubican junto con la primer biblioteca fundada en Roma, siglo 39 a.C.; sabemos que era diferente dependiendo de su función (producción de libros, de documentos administrativos, correspondencia epistolar, etc.) o de la velocidad de su ejecución
    En el siglo I a.C. y con el aumento de las prácticas ligadas a la escritura, la mayúscula iría deviniendo en formas cada vez más cursivas y simplificadas en las que empezaron a aparecer las astas por encima y por debajo de la línea. Con esta transformación la escritura comenzó a ganar rapidez y la lectura se encontraba facilitada desde el momento en que los elementos específicos de las letras eran más visibles. Este proceso de escritura evolucionaría a partir del siglo IV, cuando gradualmente se fue pasando de la capital a la uncial y poco después a la semiuncial.
    Sandra María Cerro ubica el origen de la minúscula en el siglo III, siglo de los grandes cambios de la cultura romana. Ella afirma que su origen es desconocido, pero señala que hay varias teorías al respecto. Una apunta a la estética de este tipo de escritura, es decir, al mayor gusto por la letra redondeada que por la rigidez de la letra capital. Otra teoría apunta a la necesidad de una mayor agilidad en la escritura que originó tal simplificación de formas. Hay teorías que resaltan la importancia del cambio de soporte del libro, del rollo al códice, y a la mayor facilidad de manejo de éste último que obligó el cambio postural de los copistas y como consecuencia, a una modificación del trazo de las formas escritas.
    Lo que sí nació como consecuencia del cambio, es decir, de la mayor agilidad y de la economía gráfica de los escritos, fue la forma cursiva.
    La escritura uncial fue la primera de las escrituras del sistema romano y se transmitió de la cultura clásica a la Edad Media. Esta escritura se conserva en más de 500 manuscritos de los siglos IV al VIII, y se cree que su origen se remonta al siglo II. Juan-José Marcos García señala que el término uncial apareció por primera vez en el prólogo del libro de Job escrito por San Jerónimo, aunque el uso del término no es descriptivo y es probable que lo estuviera contraponiendo a los libros de lujo frente a aquellos modestos en los que se utilizaba la escritura minúscula cursiva. El término uncial en el sentido descriptivo fue utilizado por primera vez por Jean Mabillon a principios del siglo XVIII. Posteriormente Scipione Maffei la usó para distinguir la escritura mayúscula de la capitular. El más famoso de los libros escritos en uncial es el palimpsesto del siglo IV d.C. que contiene La República de Cicerón. Su principal característica es que es una escritura mixta: con formas mayúsculas, minúsculas (h, l, q) y cuatro formas especialmente unciales (a, d, e, m). Su principal inconveniente es que era lenta para escribir y su tamaño permitía escribir poco texto en cada página.

                              Ejemplos de escritura uncial romana, el tipo más antiguo (siglo IV)

    La escritura semiuncial es también llamada “minúscula primitiva” o “litterae africanae”, surgida a fines del siglo V y principios del siglo VI. Esta escritura fue la que constituyó el siguiente paso. El motivo: era mucho más ágil y fluida, como dice Sandra María Cerro: “de letras separadas entre sí, artificiosa a los ojos de los distintos caracteres y con gran profusión de astiles y caídos en forma de espátula”, es decir, mucho más accesible para la lectura.
    El desarrollo de estás formas cursivas junto con los modos del escritor dieron como resultado la aparición de la nueva escritura: la minúscula.
    Para concluir este pequeño escrito reproduzco una cita que utiliza Frédéric Barbier en su Historia del libro:

En relación a la mayúscula, la minúscula supuso un avance absoluto: la segunda es mucho más legible… Ciertos caracteres contienen astas que se elevan o que se dejan caer por debajo del cuerpo de las letras, cada palabra posee una silueta que le es propia […], el ojo puede reconocerlas con mayor facilidad cuando las sigue, como sucede con la lectura rápida…
Robert Marichal

Comentarios

Teri Yakimoto ha dicho que…
Buen texto...
Coincido en que todo en el mundo del libro tiene una razón de ser, pero yo me pregunto: ¿esa razón de ser no puede responder a la casualidad o el azar?
Entiendo que todo este rollo conduce a una especie de economía en la escritura y la lectura (esa es la finalidad, pues), pero el camino se puede transitar de forma azaroza... no sé...

Hagamos genealogías de la escritura y la lectura...

saludos
Moisés ha dicho que…
Genealogía de la escritura, eso suena muy interesante. He estado investigando por qué leemos de izquierda a derecha, creo que eso daría una gran pauta para saber si es azaroso o no. El problema es que no he encontrado mucho.
Juan José Trujillo ha dicho que…
No existe ningún estudio que demuestre la mejor lecturabilidad de las mayúsculas respecto a las minúsculas. Leemos mejor las minúsculas por una cuestión cultural y de costumbre. Lo que planteas fueron apreciaciones —hasta cierto punto comprensibles— de James Cattel a finales del XIX. Ya a finales del siglo pasado, psicólogos especializados en la lectura como Kenneth Paap y Keith Rayner demostraron que no leemos guiándonos por los ascendentes y descendentes, sino por grupos de letras con la visión periférica: de 7 a 9 letras reconocemos de bloques de 15, y con retenciones de 250 milisegundos. Un cordial saludo.

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