¿Qué es un libro?

Los libros son el ataúd de los pensamientos que están condenados a repetirse una y otra vez en las huestes del tiempo, son fantasmas del pensamiento atrapados entre el polvo y el olvido. Letras que buscan unos ojos que las miren y una voz que las dote vida. Es el diálogo con los muertos que no responden, es la condena de la curiosidad, la inmortalidad, el laberinto de Creta. Eso y más es un libro.
          ¿Por qué pensar o reflexionar sobre lo que es un libro? Tiene algún sentido, alguna importancia reflexionar sobre estos objetos. Esta es una de las preguntas que me he hecho a lo largo de la redacción de la tesis sobre el Fedro de Platón. Aún sigo sin tener una respuesta, aunque tengo claro los temas que se pueden desarrollar en torno a ello como es la hipótesis de que en los libros está el conocimiento (luego léase, el que tenga el conocimiento tendrá el poder –y se entenderá porque las bibliotecas han jugado un papel tan importante en la historia del libro o porque los libros dentro de los momentos de mayor intolerancia han sido condenados, incluso incendiados–); o de que con los libros, pensados como soporte de la escritura, se puede mantener vivo un pensamiento, lo que se lee bajo la idea de la memoria, la inmortalidad. Y otras muchas ideas sobre los libros en las que uno se puede entretener.
          Dentro de mis lecturas descubrí que la palabra libro proviene del latín liber (francés livre, italiano libro, portugués livro) y significa la capa de un árbol, situada entre la corteza exterior y la madera propiamente dicha. En las lenguas de origen germánico se deriva del viejo alto-alemán bokis (ingles book y alemán buch). En griego se convierte en biblion, derivado de biblos que es el nombre del papiro egipcio. Sin embargo, esto no me da una idea de qué es un libro, aunque como dato curioso me gusta.
          ¿A qué nos remite un libro? ¿Cualquier publicación es un libro? Regularmente cuando pensamos sobre los libros nos referimos a lo que conocemos como libro impreso, lo cual se opone a las revistas o los periódicos, aunque la distinción no es nítida, por ejemplo, cuando se hacen las ediciones especiales de las revistas. Por eso la UNESCO lo define como: “Publicación impresa, no periódica de al menos 50 páginas”. Pese a esto eso no me dice que es un libro, menos cuando reflexiono sobre los libros electrónicos.
          A lo largo de la historia este objeto se ha enfrentado a varios cambios de formato: ha sido tablilla, papiro, rollo, libro, libro electrónico (sólo por mencionar algunos); y todos han invitado a la reflexión, a la preservación y a la lectura. Imagino que con cada cambio de soporte se ha reflexionado sobre la funcionalidad de los libros, sobre su transformación de la lectura, sobre su industria. Y dudo que los románticos de los formatos pasados hayan aceptado los cambios de soporte con sumo agrado, pero la economía, la funcionalidad y la necesidad terminaron imponiendo el nuevo formato.
          En lo referente a la economía y funcionalidad George Steiner, en un ensayo escrito en 1972 y que titula Después del libro, reflexiona sobre cómo la aparición de los primeros reproductores de música, los pocos espacios para la lectura, así como los libros de bolsillo, han modificado la lectura (y quizá la profundidad de la reflexión) y la calidad misma de los libros, haciendo que en ese momento se cuestionara sobre la extinción del libro. Curiosamente este ensayo está publicado en un libro de bolsillo y el mundo se sigue preguntando si los libros electrónicos serán el fin del libro. Nuestro fatalismo a la inversa del progreso –si es que existe una idea del progreso– sigue pensando en que todo ha de terminar mal, hay que pensar en lo que opina Kant dentro de su breve ensayo Si el género humano se halla en progreso constante hacia mejor, donde en unas breves líneas se refiere a los profetas judíos y dice lo siguiente: “Los profetas judíos podían profetizar que, en corto o largo plazo, su Estado no sólo decaería sino que se disolvería por completo; porque ellos mismos eran los autores de ese su destino”. ¿No se busca el fin del libro con los altos precios que las editoriales o las librerías les imponen? Mas seguimos sin saber qué es un libro.
          Borges, para los que leyeron el post anterior, reflexiona con suma erudición sobre el libro y como bien señala: éste, aunque es una extensión, no lo es de nuestro cuerpo, sino de la memoria y la imaginación, manteniendo esa sutil diferencia entre recordar el pasado y recordar nuestros sueños.
          Y señala que el amor a los libros (ese amor al que me refiero arriba): romántico, que hace del libro todo un culto, un espacio sagrado, donde oler sus páginas, sentir las hojas, fijarse en la tipografía, examinar las láminas y demás, hace que algunas personas consideren al libro como algo que está más allá de su función originaria, la de hacernos recordar. Entonces, de manera certera, rememora aquella cita: Scripta maner verba volat rematando con que “la palabra escrita es algo duradero y muerto. En cambio, la palabra oral tiene algo de alado, de liviano; alado y sagrado, como dijo Platón”.
          Vale la pena preguntarse si el pensamiento es capaz de sobrevivir sin la escritura, sabemos que muchos filósofos no escribían, sabemos que la Ilíada y la Odisea, la Biblia y muchos otros textos eran reproducidos oralmente, hasta que un día se decidió mantener en el tiempo, conservarse, quizá por el peligro de una lengua extranjera, quizá porque ya no era negocio ir de pueblo en pueblo contando historias (y eso que todavía no existía la televisión). Preguntarse por el hubiera no nos lleva a ninguna parte, pero, por otro lado, la escritura tampoco salvaguarda que los que vengan después mantengan tu pensamiento –¿cuántos autores, cuántas ideas están condenadas al olvido?–. Así que un pensamiento es capaz de mantenerse vivo si y sólo si se tiene “discípulos”, y como apunta Borges, el pensamiento se mantiene vivo mientras estos alumnos piensen sobre el pensamiento inicial del maestro, como ejemplo tenemos a Platón o a los pitagóricos.
          Supongamos que en verdad los pensamientos no están vivos en los libros, entonces, para qué nos sirven si no podemos obtener respuestas, no podemos dialogar con los libros, Borges cree que nos ayudan a descubrir las cosas, las ideas, los pensamientos. Entonces… Sigo manteniendo la idea de que los libros son las tumbas de los pensamientos, los lugares donde se reposa entre el olvido y el recuerdo, una invitación del diálogo con los muertos, sin embargo, no podría imaginar mi vida sin los libros, sea el formato que sea, porque gracias a éstos puedo saber lo que pensaron autores como Borges, Steiner, Platón, Homero, etcétera.

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